A veces pasamos épocas en la vida -más largas o más cortas- en las que nos cuesta un poco más descifrar quiénes somos, qué hacemos en este mundo y para qué somos buenos. Desde que nacemos hasta que partimos de este mundo, vamos evolucionando, para bien o para mal; pero es un hecho que nuestro yo de cinco años no es igual a nuestro yo actual, no importa la edad que tengamos en este momento.
Obviamente la acumulación de conocimiento y experiencias de vida suman a la conformación de nuestra personalidad y ayudan a definir en buena medida nuestra perspectiva de la vida.
Puede ocurrir que, al detenernos momentáneamente en este camino, el reflejo del espejo no nos guste. Puede que la introspección nos muestre que ocupamos un lugar en la vida que no nos complace, o que nos rodean personas que no nos convienen, o que hacemos cosas que no son correctas o que notamos que nos degradan en lugar de acercarnos a nuestro ideal.
La respuesta puede ser un escape de la realidad, creándonos falsas imágenes propias que sólo acrecientan el problema y nos alejan de la solución. Como ya he dicho en otras ocasiones, tenemos un valor intrínseco inmenso y eso nos debería bastar para sabernos capaces de todo y alimentar nuestra energía para avanzar decididos por la vida. Pero muchas veces desconocemos ese valor, se nos olvida o simplemente el día a día lo distorsiona a tal grado que, la imagen propia a la que me refería más arriba, nos desagrada y nos sume en el desgano más absoluto.
La respuesta es volver a la realidad, hacer un examen valiente y objetivo de lo que no está bien en nuestra vida. Si sabemos por dónde empezar, quizás sea mejor recurrir a alguien que nos pueda guiar. Pero debemos volver a conectar con la realidad, quitando caretas que nos hayamos forjado y reconociendo quiénes somos de verdad. Y, les aseguro, el resultado nos va a encantar, porque habremos llegado al cimiento sobre el cual podemos construir nuestro verdadero castillo personal, el punto que nos enseñará lo valiosos que somos, no por lo que tengamos sino por lo que somos.
Una vez que conocemos nuestro yo real, sabemos lo que vale nuestra dignidad, apreciamos nuestro propio tiempo y a quienes nos rodean y le mostramos al mundo nuestro auténtico valor; y cuando algo es auténtico, inmediatamente atrae.
Pero tenemos que volver a la realidad que es, en última instancia, la verdad. Y la verdad, libera.
Carlos Llarena